Un 14 de septiembre de 1977
- Tomás Bohórquez
- 22 sept 2017
- 7 Min. de lectura

¿Por dónde empezar?, ¿no? Fue un día muy largo, y aparte, soy de esos tipos que les gusta frenarse en pequeños detalles que cualquiera pasaría por alto y hablar y hablar sobre ese tan intrascendente detalle que no tiene relevancia alguna, pero soy así, y así te voy a contestar lo que me preguntaste.
¡Todavía no puedo creerlo! Un pibe de tu edad está interesado en escuchar hablar a su abuelo sobre su adolescencia. Tampoco puedo creer que siendo tan pibe sepas la historia y el pasado de tu equipo; los de tu edad no lo suelen saber. Te soy sincero, no esperaba que sepas y te interese el asunto, pero bueno, me toca hablarte sobre lo que viví ese 14 de septiembre de 1977. Son de esos días donde se te juntan todos los sentimientos y los problemas en uno. Seguramente, ya te tocará vivir algún día así. Igual, para. Abrite los bizcochitos. Tengo un hambre increíble.
Para empezar, apenas pude dormir tres horas. Me dormí tarde y a las seis de la mañana ya estaba despierto; tenía que ir al colegio, pero nada me importaba porque a la noche a fin podía ver a mi equipo disputar una final de Copa Libertadores. Eso sí, apenas pude dormir un rato por los nervios y la emoción que tenía en mi cabeza: pensaba en la posible formación, en como jugaba el Cruzeiro, por donde nos podían generar daño, las falencias de los nuestros y más cosas negativas. A pesar de esos malos pensamientos, los intercalaba con una hermosa imagen que me volvía loco; Roberto Mouzo levantando la copa, pero como soy muy cabulero y pensaba que podía ser "mufa" dejaba de pensar en eso. El poco sueño apenas me permitía mantenerme derecho en el banco del colegio, pero pensar que jugaba Boca me reanimaba. Pasaron las primeras horas hasta que llegó el recreo, y hasta llegué al punto de casi desearlo más que el partido. Ahí empezó todo; llegó mi novia, tu abuela. Íbamos a cursos distintos, era y soy tres años más grande que ella y en los recreos era donde nos solíamos ver adentro de la escuela. ¿A que viene el nombrar a tu abuela? Después de estar abrazados un rato y hablar me preguntó algo que me paralizó por unos instantes. Fue un momento que nunca había sentido hasta ahí en mí vida. No sé que me pasó en ese instante que tu abuela me preguntó eso que no pude reaccionar. Para que medianamente entiendas lo que sentí, fue como que te hagan un gol en el último minuto, contra tu máximo rival y en tu cancha y como si fuera poco, pierdas 0-1. Me sentí muy mal, hasta tuve un breve dolor de estómago; me quería matar. Tu abuela me preguntó si quería conocer a sus padres esa noche, en una cena, en su casa. Yo sabía que no podía rechazar porque iba a quedar mal con sus padres, en especial con su viejo; tu bisabuelo, y en esos tiempos era más difícil llevarse bien, ser aceptado, no como ahora. Tampoco le podía decir que no porque sabía que era muy importante para ella que yo vaya y conozca a sus padres. Por eso mismo tuve que aceptar, luego de unos segundos de estar paralizado y sin reacción alguna.
Un dilema, eso se me había presentado. Terminó el recreo. Volví al aula. Empezó la siguiente clase. No me podía mover, no podía prestar atención, estaba en mi mundo. La cena era 20.30 y a las 21 jugaba Boca, la tercera y decisiva final. De tantos tipos que hay, no podía creer que me pase justo a mí. Estaba indignado. Llegué hasta, por momentos, echarle la culpa Dios. Si, a Dios. Las personas buenas nos merecemos cosas positivas, no un quilombo bárbaro como este. No sabía que iba a hacer, así que empecé a pensar ideas. Las mejores fueron: llevar una radio e irme de a ratos al baño a escuchar el partido o, sabiendo que su padre es de Boca, como yo, poner la excusa de ver el partido en familia y así no perderme un partido tan trascendental en mi adolescencia. Sin embargo, el viejo de ella no era muy futbolero y eso complicaba mi plan.
Pasé la tarde en mi habitación pensando y pensando que hacer, mientras que al igual que el insomnio que tuve a la madrugada, pensaba sobre el partido. Anotaba formaciones, árbitro, estadio, estadísticas de ambos. Siempre que jugaba Boca me escribía las formaciones de los dos, anotaba los goles, amarillas, rojas; todos los datos. Hasta me entretenía poniéndole puntajes a los jugadores. Así pasó la tarde y llegó la noche. Me duché, me vestí elegante, me perfumé y salí. La mayoría de los de mi edad, antes de llegar y conocer a tus suegros, estaría nervioso, tenso, transpirado. Yo no, yo estaba pensando en mi estrategia, en mi jugada para poder ver a Boca. ¡Casi me olvido de mencionarte que me decidí por la segunda opción! Diría de ver el partido "en familia", pero en caso de que no funcionara me lleve mi radio. De esas viejas radios portátiles que funcionaban con pilas. Una negra. La usé para escuchar el primer partido de la copa, cuando le ganamos 1-0 a River con gol de Mouzo y para la primera final, que le ganamos a Cruzeiro con gol de Veglio. Y como te dije que soy "cabulero", llevé esa, en específico.
Seguro pensarás: “Este hasta lleva la misma radio. Como si por una radio ganara un partido; está loco”. Pero así es el futbolero. No tiene una explicación concreta, es pasión, simplemente pasión. A mí, me puede faltar todo. Y cuando te digo todo es todo; la casa, la plata, la jubilación, lo que se te ocurra...pero le pido a Dios que nunca me falte tu abuela y Boca. No me preguntes por qué, es inexplicable.
Dale, pone a calentar el agua y hace el mate que yo te cuento el final. El final, por favor ¡No sabes lo que fue! Llegué a la casa, saludé de la mano al padre, beso en la mejilla a la madre. ¿Estaba nervioso por conocerlos? Sí, pero si me temblaba el pulso era por el partido. Una vez que podía sentir lo que era jugar una final de Copa Libertadores y yo ahí, conociendo a mis suegros al borde de jugar el todo por el todo.
Nos sentamos, la mamá le daba los últimos toques a la comida con tu abuela en la cocina, yo conversaba con tu bisabuelo en la mesa. “Conversaba” te dije. Mentira. Estaba en un interrogatorio yo. Me preguntaba de todo, qué quería estudiar, qué aspiraba ser en la vida, dónde tenía planeado vivir. Yo respondía lo más bien. Contestaba con un nivel similar al que jugaba Boca Me defendía, como lo hacían Mouzo, Pernía, Tarantini y Sá. Pensaba y armaba la respuesta, como lo hacía el mediocampo de Boca, con Zanabria, Suñe y Benítez. Y daba lo mejor de mí, como la delantera, con Felman, Mastrángelo y Veglio.
Pasaron los minutos, y cuando vi que estaban terminando de cocinar, lo dije. Me animé. Tomé coraje y dije lo que había pensado. Pregunté, ya que ambos éramos de Boca, si podíamos ver el partido en familia. La felicidad interior que sentí cuando me dijeron que si, que “era una buena idea”, fue inmensa, no te das una idea. Igualmente, me tomo el atrevimiento de decirte, o sino pregúntale a tu abuela, que yo por fuera era una pared. No se me escapaba nada. Hablaba tranquilo, despacio y relajado. Por dentro, ni te cuento. Una bola de nervios era. Encendieron el televisor y, mientras cenábamos e intentaba mantener una conversación con tu bisabuela, comenzó el partido, que por cierto se veía en blanco y negro, no como ahora. Boca jugaba de blanco, imagínate. El estadio Centenario repleto. No entraba nadie más. Temblaba yo. Mira, te lo cuento ahora y me tensiono. Si, para, ya te sigo contando el partido, pero te advertí que me gustar detallar todo.
Pasaban los minutos, no había goles. Era un partido muy parejo donde los nuestros jugaban un poco mejor. Igualmente, la conversación con los suegros no paraba. Me contaron de sus vacaciones, de sus trabajos, pero no me acuerdo ni donde vacacionaban, ni de que laburaban. Yo tenía todo en el partido. Tu abuela sabía que yo estaba con la cabeza en el televisor. Es hasta el día de hoy que ella se ríe de todo lo que hice para ver la final. Todavía me recuerda: “Estabas loco”, “No puedo creer que hagas tanto por un partidito”.
Seguíamos charlando, les pude comentar que soñaba o anhelaba ser relator de fútbol, aunque para el padre de tu abuela no le parecía una gran idea. Me arrepentí. Le tendría que haber dicho algo común, como abogado, juez, economista. Creo que fue de las pocas veces que deposité mi atención a ellos y no al partido, pero volviendo a eso terminó empatado 0-0. Malas noticias para mi corazón: había penales. Penales. No me paraba de latir el corazón. Te puedo jurar por mi vida que nunca estuve tan nervioso. Y mira que vi muy mal a mi querido Boca, padecí enfermedades, de todo me pasó en esta vida, pero como ese momento, nunca.
Pasaban los penales, pasaban los goles. Era una tanda muy igualada. Todos le pegaban muy bien a la pelota y los arqueros o se tiraban para el lado contrario o no tenían suerte. Llegó el quinto penal. Pateaba Vanderley. Atajaba uno de mis ídolos, Hugo Orlando Gatti. Relataba José María Muñoz. Acomodé la silla. En ese instante, sólo miraba el partido. Tu abuela todavía me dice que los padres me miraron anonadados, sin saber que estaba haciendo. Consideraron eso una falta de respeto.
Me concentré en el televisor. Pateó Vanderley y atajó Gatti. Ahí sí. No me contuve más. Dejé de hacer el papel de novio perfecto y seguro. Comencé a saltar y cantar “dale campeón”. Subí el volumen del televisor como si fuera mi casa. Me arranque la camisa, porque abajo tenía la azul y oro. Saltaba para todos lados, cantaba, tiré la silla. Comencé a saltar sobre los sillones. Éramos campeones, era campeón. Al fin, me sentí campeón de América. Eran ellos en Uruguay, era yo en casa de mis suegros. ¿Haciendo un papelón? Sí, pero como te dije antes: el fútbol es pasión, no se puede explicar. Cuando terminé de hacer ese espectáculo besé a tu abuela a más no poder. Explotaba de felicidad.
Al día siguiente, luego de que el padre me echara de la casa, por supuesto, hablé con tu abuela. Nos encontramos en la misma plaza de siempre, donde llevamos a tu hermanito a jugar, ¿te acordas? Hablamos y le pedí perdón de mil maneras diferentes. Fue un perdón medio mentiroso, porque por dentro no me arrepentía de nada. Lo disfruté. Dos meses después de salir casi a escondidas de sus padres, volví a reunirme con ellos. Me dieron una chance más, que hasta el día de hoy no entiendo cómo me la dieron. Recuerdo que fue un 11 de noviembre, mismo día que Boca jugaba contra River, pero esa es otra historia. Ahora, vamos a la mesa antes de que tu abuela se enoje.
-Tomás Guillermo Bohórquez Corvaro.
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